Las preguntas de Saura. #2
¿Cómo son los alumnos de hoy?
Para responder a la pregunta
importa en primer lugar, aclarar a qué alumnos nos estamos refiriendo: ¿a los
alumnos actuales de la sociedad
occidental, en el mundo de las tecnologías de la información?, ¿a los alumnos
que actualmente cursan en los institutos españoles ? ¿a los alumnos que he
podido conocer en el colegio que me ha tocado para el período de prácticas (en
una determinada ubicación y contexto de la Comunidad de Madrid) ? Entendiendo que las respuestas más
generalistas (o sintéticas) implicarían una experiencia bastante más vasta que
aquella de la que dispongo, he optado por empezar por responder a la pregunta –que
ciertamente será de aplicación constante e eternamente incontestada a lo largo de
todo el ejercicio de la enseñanza – ciñéndome a los alumnos que hace poco he
empezado a conocer en el colegio Peñalvento, y que pronto tendré oportunidad de
conocer mejor, durante mi segundo período de prácticas.
Hablar sobre personas siempre es
difícil (¿cómo objetivar lo subjetivo?), y más aún en un contexto académico,
que insiste en verlas como integrantes de una determinada ciencia social. Aunque
que me cueste distinguir las personas del afecto, en un intento (quizás vano)
por contestar de forma desafectada a la pregunta, aquí van algunos apuntes
sobre el “alumnado” del colegio Peñalvento:
El alumnado proviene
mayoritariamente de una clase socioeconómica razonablemente homogénea, de nivel
medio-alto. A simple vista, no se observan grandes divergencias en cuanto a
estratos económicos ni tampoco una gran diversidad étnica o cultural. Los
alumnos cuyos rasgos físicos denunciarían una proveniencia distinta (chinos o
sudamericanos) se tratan de niños adoptados. En cualquier caso, la obligación
del uso de uniforme dificulta la percepción de eventuales signos
diferenciadores. La homogeneización de
la apariencia, así como el pesado control de las normas de convivencia coarta
la expresión y exteriorización de rasgos
individuales o de personalidad.
Incluso los edificios,
componentes y elementos exteriores del centro educativo, conservan su carácter
ascético e impersonal, sin que pueda identificarse ninguna expresión del
alumnado, que parece pasar por el centro sin dejar marcas de su historia, sin
inducir transformaciones, o sencillamente gritar sus instintos. Un ejemplo
curioso son las puertas de los baños, que pese a las garantías de anonimato, se
resisten a recibir las marcas habituales, y que todos conocemos, en lugares
como estos. Me refiero a estos aspectos, no porque considere que ellos son reveladores
de las características intrínsecas del alumnado, sino porque, creo, son
representativos de unas determinadas expectativas, que procuran desarrollarse
en el alumnado entendido como producto del colegio, tras pasar por unos
determinados filtros o aprendizajes de conducta. Es decir, se infiere una
intención limitadora ejercida desde la estructura del colegio sobre el
alumnado.
Dentro de las salas de aula, se
observa cómo el alumnado parece responder únicamente en función del incentivo
de la clasificación individual. Lo que es evaluable, o lo que pueda repercutirse
cuantitativamente en una nota final, parece ser lo único que importa. Todos los
estímulos basados en la importancia del aprendizaje y conocimiento, el entusiasmo
por aprender y participar, parecen secundarios, ante unos resultados
reconocidos básicamente, en forma de un número de 0 a 10. Impera una lógica
individualista y competitiva que anuncia, o replica, las exigencias actuales
del mercado, donde más que personas, somos recursos cuantificables y ordenables
en un tabla de Excel.
Apenas existen propuestas de
trabajo grupal. La propia disposición del mobiliario de las salas de aula
desmotiva y aparta la implementación de este tipo de dinámicas. Impera claramente
una concepción de escuela como un mecanismo de selección.
Ni siquiera la escuela parece
ocupar un lugar preponderante en cuanto espacio de encuentro, de debate
de ideas, o de reunión afectiva. Este espacio, lo busca el alumnado en las
redes sociales que le ofrecen las nuevas tecnologías. Las mismas tecnologías que la escuela
(institución) tiene prohibidas, supuestamente para no desconcentrar el alumnado
de las tareas evaluables (esta prohibido el uso de teléfonos móviles –que casi
todos los alumnos disponen- y no existe formación ni medios de acceso a internet
a la disposición de los alumnos. A este respecto, es evidente que, pese a la
inclusión de pizarras digitales, así como de algunas asignaturas o contenidos
relacionados con la tecnología de la información, existe un divorcio importante
entre los interés de la escuela y
alumnado.
A este respecto, me ha sorprendido la impactante
dedicación del tiempo libre de los adolescentes a las redes sociales. En
algunos casos, esta dedicación alcanzaría entre 1 y 3 horas diaria, bastante
superior al tiempo dispensado, por ejemplo, a la televisión.
Resulta tanto más sorprendente,
cuanto los interlocutores a distancia, son muchas veces los mismos que se
cruzan callados y apresurados en los pasillos del colegio. O quizás ambas
realidades están relacionadas, existiendo una relación inversamente
proporcional entre la socialización a
distancia y el escaso tiempo de socialización en presencia. Una línea a
investigar será: ¿Qué efectos tendrán los procesos de reunión obligatoria de
los alumnos en la escuela, cuando es la
misma escuela que les retira la posibilidad y el tiempo para interactuar directamente en los campos afectivo y social?
Como futuro docente, esta es una
cuestión que me interesa y preocupa, exigiendo una permanente formación sobre
los desarrollos tecnológicos y sus repercusiones sociales (o viceversa). Por
otra parte los casos o inicios de cyberbullying de los que he tenido
conocimiento en el colegio exigen una mayor preparación y formación sobre los
motivos y efectos exponenciales que estas tecnologías masivas parecen imponen en
las situaciones de acoso y conflicto.
Excelente redacción en forma y contenido ¡enhorabuena! * Este texto puedes usarlo en tu memoria de prácticas tal cual. Un cordial saludo
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